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domingo, 14 de enero de 2018

OCTUBRE

Abrir el pecho
Abrirle el pecho
Abrirte el pecho
Tocar tu pecho
Que escuches mi pecho
Sacar el alma

Mirarte, capulí,
Tomarte
He decidido tomarte con la cara abierta y las manos sucias
Arrojarme. Arrojarte muertes y arrogarte luces. Verte caminar desnudo por el patio mientras luciérnagas azules cantan tu nombre. 
Desgarrarme. Cortar mis pieles a pedazos, ver volar mis ojos y mis labios, y mis piernas y mis cosas, escuchar de a poco a mis membranas ser rotas, descubiertas, encontradas, desmenuzadas como este puñado de tierra de este río.
Tomarnos 
Tomarnos las caderas, y los brazos, y las noches y la voz.
Tomarnos la voz como si fuera el último aullido de la carne y mirarnos ciegos desde adentro, tomarnos sin piedad. Sin piedad. 

Le da miedo que le florezcan, dicen
se cuenta que alguna vez fue pájaro
y flor y manantial de agua clara,
dicen también
que por las noches jugaba a que le amaban
y que construía nidos con sus cabellos
a ver si algún día alguien se quedaba

¿Haz visto como crecen las semillas?
En cada brisa una hoja, en cada gota una flor
Así me creces, dentro, 
débiles y extensas hilachas, ramas vivas que al calor de mi humedad encuentran su refugio. Te esperaban.
Vibran.
Vibran revueltas con tus olores y juegan a que están ciegas para poder tocarte.

Te escucho.
Respiras.
Y detrás de tus pecas me imagino hay frutos, aguas, montes, huracanes y estrellas. Somos polvo de estrellas, dices. Somos lunas.

Estarnos.

¿Haz visto como crecen las semillas?
Creces tú. Débiles y extensas hilachas que me crecen por dentro. Corres libre, corriente, calor, corres libre y te me escapas. Me desgarras y me muerdes...
tu me muerdes.

Tu escritura es recortada y siempre se tropieza. Nunca sabe si está arriba o está abajo, si cantar o si rugir. No sabe terminar esto que empezó. Lo deja así. Me lo deja así:
Leyendote el alma desde la mía. 

martes, 17 de octubre de 2017

5 minutos.


Es temprano...

Es temprano y nos queda la eternidad.
Mientras dormimos, el tiempo no existe.
Así que no hay apuro.

Cinco minutos más.

Hoy no me interesa la realidad.
Así que mejor ven y quedate entre mis sábanas.
Acuéstate en mi piel y duerme acurrucado por mis sueños.
Hoy no me quiero despertar.
Tan solo no me interesa la realidad.

Cinco minutos más.

Es temprano...

Es temprano y no quiero despertar.
Así que no preguntes nada. Solo ven.
Prometo que hoy no te voy a despertar.
Tan solo necesito escuchar tu respirar.
Tan solo cinco minutos más.
Cinco minutos que me duren por la eternidad.

Cinco minutos más.

Es temprano...

Es temprano y alguien me viene a despertar.
Pero es que no entienden que hoy no quiero realidad?
Hoy no me voy a despertar.
Tan solo necesito cinco minutos más.
Cinco minutos más para volverte a soñar.
Para recordar el olor de tu cama al despertar.

Cinco minutos más.

Es temprano...

Es temprano pero los minutos ya no están.
Mientras dormimos, se anula el tiempo.
Hoy me toca despertar, pero no quiero realidad.
Voy a aprovechar los minutos que me quedan contigo.
Voy a aprovecharme del tiempo que me queda contigo
para tomar lo que más pueda de ti.

Tan solo dame cinco minutos más.

Cinco minutos más.

Es temprano...

Es temprano y quiero escucharte cantar.
Hoy te quiero adorar.
Quiero tomarte de las manos.
Quiero tomarte de los brazos.
Tomarte del cabello.
Del bigote.
Del cuello.
Tomarte como agua.
Tomarte como una loca de amor que está a punto de despertar.

Pero es temprano y nos queda la eternidad.
Mientras dormimos, el tiempo no existe.
Así que no hay apuro.
Hoy te voy a adorar.

Cinco minutos más.

Es temprano...

Es temprano y no quiero despertar.
No quiero despertar sin antes verte feliz.
No quiero despertar sin ver al fondo de tus pupilas sonreir.
No quiero despertar sin antes escucharte respirar.
Necesito escucharte cantar una vez más.

Tan solo cinco minutos más.

Aún es temprano y nos queda la eternidad.
Por favor te ruego que te quedes tan solo cinco minutos más.
Es tan solo para darte paz.
Para verte soñar.
No prometo dejar de llorar.
Pero prometo verte libre y verte volar.

Tan solo cinco minutos más...

Tan solo una vida más...




Para: C.A. y sus alas.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Prehistöricos - Que suba el Momento






Cuando tus ojos verdes navegan por mi roja sangre
flotando como semillas

Quiero que te quedes para siempre en esta orilla

Cuando mi razón se recuerda perdida 
entre tus cabellos manzanillas

Quiero dibujarte muchas veces mis pesadillas






miércoles, 26 de noviembre de 2014

La verdad esta en la locura.


La locura no se puede encontrar en estado salvaje. La locura no existe sino en una sociedad, ella no existe por fuera de las formas de la sensibilidad que la aíslan y de las formas de repulsión que la excluyen o la capturan. Así, se puede decir que en la Edad Media, y después en el Renacimiento, la locura está presente en el horizonte social como un hecho estético o cotidiano; después en el siglo XVII a partir del internamiento, la locura atraviesa un periodo de silencio, de exclusión. Ella ha perdido esa función de manifestación, de revelación que tenía en la época de Shakespeare y de Cervantes (por ejemplo, Lady Macbeth comienza a decir la verdad cuando deviene loca), ella deviene irrisoria, falaz. Finalmente, el siglo XX somete la locura, la reduce a un fenómeno natural, la liga a la verdad del mundo. De esta toma de posesión positivista debían derivar, de una parte, la filantropía despreciadora que toda psiquiatría manifiesta frente al loco y, de otra parte, la gran protesta lírica que se encuentra en la poesía desde Nerval hasta Artaud, y que es un esfuerzo por volver a dar a la locura una profundidad y un poder de revelación que habían sido aniquilados por el internamiento.


El lenguaje último de la locura es el de la razón, pero envuelto en el prestigio de la imagen, limitado al espacio de la apariencia que la define, formando así los dos, fuera de la totalidad de las imágenes y de la universalidad del discurso, una organización singular, abusiva, cuya particularidad obstinada constituye la locura. A decir verdad ésta no se encuentra por completo en la imagen, que por sí misma no es verdadera ni falsa, ni razonable ni loca, tampoco está en el razonamiento que es forma simple, no revelando más que las figuras indudables de la lógica. Y sin embargo, la locura está en la una y en la otra. En una figura particular de su relación.
Fragmento de Locura y civilización del gran Foucault

viernes, 10 de enero de 2014

Tabaquería

Fernando Pessoa
No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
de mi cuarto de uno de los millones de gente que nadie sabe quién es
(y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?),
dais al misterio de una calle constantemente cruzada por la gente,
a una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, evidente, desconocidamente evidente,
con el misterio de las cosas por lo bajo de las piedras y los seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos blancos en los hombres,
con el Destino conduciendo el carro de todo por la carretera de nada.

Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morirme
y no tuviese otra fraternidad con las cosas
que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle
la fila de vagones de un tren, y una partida pintada
desde dentro de mi cabeza,
y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos a la ida.

Hoy me siento perplejo, como quien ha pensado y opinado y olvidado.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que le debo
a la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

He fracasado en todo.
Como no me hice ningún propósito, quizá todo no fuese nada.
El aprendizaje que me impartieron,
me apeé por la ventana de las traseras de la casa.
Me fui al campo con grandes proyectos.
Pero sólo encontré allí hierbas y árboles,
y cuando había gente era igual que la otra.
Me aparto de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué voy a pensar?
¿Qué sé yo del que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? Pero ¡pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo que no puede haber tantos!
¿Un genio? En este momento
cien mil cerebros se juzgan en sueños genios como yo,
y la historia no distinguirá, ¿quién sabe?, ni a uno,
ni habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos perdidos con tantas convicciones!
Yo, que no tengo ninguna convicción, ¿soy más convincente o menos convincente?

No, ni en mí...
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
no hay en estos momentos genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
-sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas-,
y quién sabe si realizables, no verán nunca la luz del sol verdadero
ni encontrarán quien les preste oídos?
El mundo es para quien nace para conquistarlo
y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que lo que hizo Napoleón.
He estrechado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo,
he pensado en secreto filosofías que ningún Kant ha escrito.
Pero soy, y quizá lo sea siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre el que no ha nacido para eso;
seré siempre el que tenía condiciones;
seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta
y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámame la naturaleza sobre mi cabeza ardiente
su sol, su lluvia, el viento que tropieza en mi cabello,
y lo demás que venga si viene, o tiene que venir, o que no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos el mundo entero antes de levantarnos de la cama;
pero nos despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es la tierra entera,
y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(¡Come chocolatinas, pequeña,
come chocolatinas!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que las chocolatinas,
mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería.
¡Come, pequeña sucia, come!
¡Ojalá comiese yo chocolatinas con la misma verdad con que comes!
Pero yo pienso, y al quitarles la platilla, que es de papel de estaño,
lo tiro todo al suelo, lo mismo que he tirado la vida.)

Pero por lo menos queda de la amargura de lo que nunca seré
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico partido hacia lo Imposible.
Pero por lo menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
noble, al menos, en el gesto amplio con que tiro
la ropa sucia que soy, sin un papel, para el transcurrir de las cosas,
y me quedo en casa sin camisa.

(Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
o diosa griega, concebida como una estatua que estuviese viva,
o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
o princesa de trovadores, gentilísima y disimulada,
o marquesa del siglo dieciocho, descotada y lejana,
o meretriz célebre de los tiempos de nuestros padres,
o no sé qué moderno -no me imagino bien qué-,
todo esto, sea lo que sea, lo que seas, ¡si puede inspirar, que inspire!
Mi corazón es un cubo vaciado.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus, me invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo la calle con absoluta claridad,
veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan,
veo a los entes vivos vestidos que se cruzan,
veo a los perros que también existen,
y todo esto me pesa como una condena al destierro,
y todo esto es extranjero, como todo.)

He vivido, estudiado, amado, y hasta creído,
y hoy no hay un mendigo al que no envidie sólo por no ser yo.
Miro los andrajos de cada uno y las llagas y la mentira,
y pienso: puede que nunca hayas vivido, ni estudiado, ni amado ni creído
(porque es posible crear la realidad de todo eso sin hacer nada de eso);
puede que hayas existido tan sólo, como un lagarto al que cortan el rabo
y que es un rabo, más acá del lagarto, removidamente.

He hecho de mí lo que no sabía,
y lo que podía hacer de mí no lo he hecho.
El disfraz que me puse estaba equivocado.
Me conocieron enseguida como quien no era y no lo desmentí, y me perdí.
Cuando quise quitarme el antifaz,
lo tenía pegado a la cara.
Cuando me lo quité y me miré en el espejo,
ya había envejecido.
Estaba borracho, no sabía llevar el dominó que no me había quitado.
Tiré el antifaz y me dormí en el vestuario
como un perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para demostrar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
ojalá pudiera encontrarme como algo que hubiese hecho,
y no me quedase siempre enfrente de la tabaquería de enfrente,
pisoteando la conciencia de estar existiendo
como una alfombra en la que tropieza un borracho
o una estera que robaron los gitanos y no valía nada.

Pero el propietario de la tabaquería ha asomado por la puerta y se ha quedado a la puerta.
Le miro con incomodidad en la cabeza apenas vuelta,
y con la incomodidad del alma que está comprendiendo mal.
Morirá él y moriré yo.
Él dejará la muestra y yo dejaré versos.
En determinado momento morirá también la muestra, y los versos también.
Después de ese momento, morirá la calle donde estuvo la muestra,
y la lengua en que fueron escritos los versos,
morirá después el planeta girador en que sucedió todo esto.
En otros satélites de otros sistemas cualesquiera algo así como gente
continuará haciendo cosas semejantes a versos y viviendo debajo de cosas semejantes a muestras,
siempre una cosa enfrente de la otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan verdadero como el sueño del misterio de la superficie,
siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni la otra.

Pero un hombre ha entrado en la tabaquería (¿a comprar tabaco?),
y la realidad plausible cae de repente encima de mí.
Me incorporo a medias con energía, convencido, humano,
y voy a tratar de escribir estos versos en los que digo lo contrario.
Enciendo un cigarrillo al pensar en escribirlos
y saboreo en el cigarrillo la liberación de todos los pensamientos.
Sigo al humo como a una ruta propia,
y disfruto, en un momento sensitivo y competente,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia de encontrarse indispuesto.

Después me echo para atrás en la silla
y continúo fumando.
Mientras me lo conceda el destino seguiré fumando.
(Si me casase con la hija de mi lavandera
a lo mejor sería feliz.)
Visto lo cual, me levanto de la silla. Me voy a la ventana.

El hombre ha salido de la tabaquería (¿metiéndose el cambio en el bolsillo de los pantalones?).
Ah, le conozco: es el Esteves sin metafísica.
(El propietario de la tabaquería ha llegado a la puerta.)
Como por una inspiración divina, Esteves se ha vuelto y me ha visto.
Me ha dicho adiós con la mano, le he gritado ¡Adiós, Esteves! , y el Universo
se me reconstruye sin ideales ni esperanza, y el propietario de la tabaquería se ha sonreído.

Canción de redención

Ser Lluvia...
que gotea en el laberinto de tu piel y muere en el borde de tus labios
que se sumerge ahogándose en tu boca y emerge nadando con tu lengua
que se evapora para llevarte hasta las nubes y se condensa para volver a caer en la profundidad de tu alma antigua
que moja lo más intimo de tus poros y se desliza navegando hasta el limite de tus senderos.

Ser Fuego…
que se cuela en tus incendios provocando tu sudor
que sentado en la pileta de un viejo parque te toca con sus brazas artesanas 
que calienta tu mirada y acompaña tu verano
que te enciende en llamas a escondidas y arde en el fondo de tus pupilas
que te acompaña en el invierno de un país lejano y conserva tu calor.

Ser Viento…
que susurra sus latidos en tu oído y suspira en el silencio de tu calma
que se mueve muy lento, para contarte secretos junto a una laguna vestida de verde-azul en la que las nubes miran sus reflejos
que baila pegado con tus labios y se besa apasionado con tu aliento
que recorre por tus senos formando remolinos en la constelación que habita encima de ellos
que sopla y se desliza por tu ombligo, que te hace el amor durante todo el recorrido
que provoca tempestades en tu cama y te arrebata sutilmente la calma.

Ser Suelo…
que en sus manos guarda una cuna eterna y en su corazón un lugar para descansar cuando se te cansen las piernas
que se entierra en tus entrañas y rompe corazas ermitañas
que libera el tegumento de tu semilla y se pierde en tus rizos manzanillas
que se mezcla con tus sueños, que te nutre con cariños, para que florezcas y flotes rumbo el cielo

Ser aquellos elementos…
que transmutaron en sus almas y se fundieron en la madrugada de un cuatro de enero
la metamorfosis de una canción se ha efectuado en el interior de un corazón sincero

el amor que es duradero va por ahí flotando y cantando un bolero…

sábado, 12 de octubre de 2013

ECUANIMIDAD

http://pijamasurf.com/2013/04/sobre-adicciones-y-voluntad/

La ecuanimidad es una poderosa energía de precisión, cordura, armonía y equilibrio. Es imparcialidad, respuesta proporcionada, medio justo, ánimo estable ante las vicisitudes o adversidades, mente firme e imperturbable ante el elogio o el insulto, la ganancia o la pérdida, lo agradable y lo desagradable.

Una persona espiritual usa su mente como un espejo. No se aferra a nada ni rechaza nada. Recibe, pero no conserva. Un espejo refleja innumerables imágenes, pero se mantiene intacto. Existe una actitud que dirige su atención hacia donde necesita, pero que, al igual que el espejo, no hace perder la propia estabilidad interior. Pero la ecuanimidad es también compasión, pues nunca es frialdad, desinterés o falta de sensibilidad. Es la visión equilibrada y clara que pone las cosas en su lugar y sabe ver, en el fondo de los eventos y fenómenos, la acción de las leyes de la naturaleza. La ecuanimidad surge al asumir conscientemente lo inevitable sin que el ánimo se turbe. Todo fluye, todo se modifica, todo cambia. En realidad, a la larga, nada permanece. La persona ecuánime comprende esta verdad, por eso mantiene el ánimo sosegado aún en las circunstancias más difíciles.

Ecuanimidad es vivir en el presente, libre del pasado y del futuro y sin reaccionar con avidez o aversión. El placer y el sufrimiento se alternan e incluso se producen simultáneamente. La ecuanimidad nace cuando uno no se aferra a lo agradable y no añade sufrimiento a lo desagradable. Las sensaciones surgen y se desvanecen, es su dinámica natural, como es la dinámica de esta Vida pasar.

Se vive ecuánimemente cuando se reconoce, en toda su profundidad, lo que significa dejar que ocurran las cosas. Esto significa vivir en una vasta quietud mental, en una calma radiante que permite estar plenamente presentes en todas las distintas experiencias cambiantes que constituyen el mundo y la Vida. La ecuanimidad es tolerar el misterio de las cosas, no juzgar, sino permitir un equilibrio interior que permite acoger lo que sucede, sea lo que fuere. Esta aceptación constituye la fuente de la propia seguridad y confianza.

Cuando una persona considera cada vez más experiencias como inaceptables para sentirlas o conocerlas, la existencia se le vuelve progresivamente más reducida, más limitada. Cuando se vive abierto para experimentar todo, se puede encontrar en esa aceptación la confianza y la certidumbre que tantas personas buscan a través del rechazo del cambio. Entonces uno aprende a relacionarse plenamente con la Vida, incluyendo a su inseguridad. En vez de hundirnos en las reacciones inconscientes observamos todo lo que nos sucede y obramos de una forma adecuada.

Al ser ecuánime una persona se desplaza desde la pugna por controlar todo lo que sobreviene en la existencia a la sencilla y verdadera vinculación con todo lo que existe. Tiene una perspectiva totalmente diferente de la Vida pues, por lo general, el ser humano vive en un nivel de rechazo que la debilita profundamente.

La ecuanimidad surge también cuando se ve la ilusión del ego. Si no se comprende el hecho de que el ego ocasiona todo ajetreo, confusión y sufrimiento, no se puede ejercer una verdadera ecuanimidad. Se podrá suprimir la ansiedad y la inquietud pero no se vivirá la imperturbabilidad, el equilibrio y aplomo que se llama ecuanimidad. La consciencia y el conocimiento son la base de la ecuanimidad.


La ecuanimidad nace por la comprensión, nace cuando se da su verdadero valor a todas las cosas, pues ser ignorante es dar falsos valores a las cosas y situaciones que componen la Vida... y esto supone siempre alejarse de la ecuanimidad y de la espiritualidad más auténtica.